El público de teatro está infravalorado: se le llama espectador. Es cierto que espera, pero también aporta, inspira, sugiere, se implica, aplaude, censura, y sobre todo, confía. Al menos cuando el teatro es improvisado.
En TEATRO EN BOLAS todo depende de lo que aporte el público, en privado, a un desnudo improactor. Por tanto, no está solo, simplemente está en bolas: sin guión, ni director, ni siquiera personajes, porque confía en que acudan en el momento preciso de la historia. Eso sí, el público debe llegar un poco antes.
Miguel Rabaneda se enfrenta a este reto personal: dejarse arropar por la energía del público asistente para crear un espectáculo desde la nada. Bueno, lleva una guitarra, poco más.